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29.5.22

Pasos y ecos

 En la otra orilla, donde ruge el pasado, sopla el aire frío.

Ante semejantes aberraciones convertidas en palabras; sentimientos de verdad.

¿Qué fue ver el Sol y la Luna y darte cuenta de que te quemaste los ojos?

Gritan viajando a través de las noches heladas, buscando el cálido silencio de la otra orilla.

Entre la multitud de máscaras se perdió. Había un lujoso edificio. En el medio de una planicie, sin nubes, sin carreteras, sin dueño. 

Caminó rechazando las miradas, sonriendo cabizbaja, saludando. El día a día era duro. Hoy su alma resquebrajada buscaba distracción, pero poco le llamaba la atención. 

Había cosas que ya no podía ver como antes, se alegraba de haberse deshecho de algunas cosas. Excepto de las que propuso ella misma. Había un cordel púrpura que tenía su rincón en la pared, colgando al lado de otras cosas que atesoraba. 

A veces se lo volvía a poner. Al fin y al cabo era bonito.

También lo fue lo que sintió por unos días.Era difícil negarlo. Asi que lo había aceptado de buena gana, aunque era mucho mas feliz sabiendo la verdad. 

A veces las heridas mas peligrosas son causadas con tal adrenalina que no nos damos cuenta del daño causado, esto venía a ser lo mismo. 

Ahí estaba la prueba. 

Suspiró. Solo quería algo normal. Tiró la máscara al suelo, se le quedaron mirando con aprehensión. Se encogió de hombros y salió por la puerta de atrás. 

La estrella había eliminado el rastro oscuro, lucía espléndida. Pero la cicatriz parecía que igual que las otras, seguiría dibujando una matriz. Las canciones se habían quedado en el olvido también. Relacionar cosas con personas no había sido una buena idea. Aunque el tiempo hacía que te diera igual, igual que de forma agria te acuerdas de las cosas vergonzosas de una vida. 

Si había algo por lo que llorar y lloraría siempre, seria aquel hermoso felino que murió en sus brazos. 

—Te quería y te quiero, Shiro. Siento mucho no haberte podido salvar…

No podía mirar sus fotos sin sentir dolor, aún tras medio año. El amor de verdad era esto. El dolor que no se va. 

—Y te querré toda la vida. Estés donde estés.

24.11.21

La noche sin luna

Hay días y días, pero las noches son un problema persistente. Es como si el corazón abriera las puertas y los caminos que se conectan a la mente. En la negra noche se hacen visibles y se iluminan esos fragmentos que no quieres ver. Los que se quedaron atrás, los que están borrosos. 

Los ilegibles. 

Me hace enfadar tanto. Es tan persistente como el petróleo. 

Te quemaría las manos para que no dejasen huella. Te cosería la boca para evitar el veneno. Pero la que se taparía los ojos para no verlo nunca más soy yo.

Cruza el umbral, el camino es largo. Al fondo algo brilla incesante. Aunque nunca será la disculpa que necesitas. 

Tras la puerta hay mucho más. Una memoria, ese apunte en la esquina del libro. El susurro se desvanece con la caricia del futuro.

Busco esa luna en esta noche, cuando extiendo la mano para el aire.

Al menos he vuelto a escribir, aunque sea en el largo camino.

16.8.21

Las lecciones son bienvenidas

Tras un tiempo vagabundeando entre las infinitas hileras de estanterías, saboreando el amargo café y oliendo el impregnante olor de los libros viejos y nuevos llegó a sentir que su pena se iba pedazo a pedazo. Descomponiéndose como los acantilados y las rocas golpeadas por el azote de las olas del mar. Poco a poco, erosionando, limpiando.

En medio de un ruinoso camino, se dio cuenta de que se alegraba de que el primero fuera aquel niño de su infancia que no volvió a ver. Aquel rechazo silencioso tras una pelea con chorros de agua fría en medio de un caluroso verano en el patio del instituto. Cuando las sonrisas cálidas y juguetonas no podían arañar más que unas palabras teñidas de ambición venenosa. Un recuerdo dulce aunque las cosas no hubieran sido lo que uno esperaba. 

A veces, una esperaba volver a verle y saber qué había sido de su vida. Por aquella infancia compartida.

En cambio, los recuerdos venideros que consiguió de otro estaban todos putrefactos. El temblor de la emoción que había sentido al escuchar sus bonitas palabras, ahora le producían asco. La lección se aprende una vez. Un disparo le rozó la mejilla, y sangró alegrándose de no ser una bala al corazón. 

Entre tantos libros vacíos que había encontrado durante sus paseos, algunos escribieron letras ante sus ojos, haciéndole preguntas.

—¿Te acuerdas?
—Sí.
—¿Te importa?
—Ya no...
—¿Te duele?
—Un poco.
—¿Mereció la pena?
—Sí.
—... ¿Por qué?

Al responder escribiendo en el las respuestas, divagó un poco tras tomar un sorbo de café con leche.

—Porque experimenté y aprendí de quién tengo que huir. Otra vez.
—¿Algo más?
—Me enseñó que soy más lista de lo que parece. Que tengo la cabeza bien puesta. Que no caí aunque intenté dar oportunidades. Que siempre supe lo que quería. No me cegué, no me entregué, no sin tenerlo todo seguro. Hay demasiados mentirosos. 
—¿Crees que la gente puede cambiar?
—Él ya no tenía solución. Ya le ayudé suficiente. Si no quiere, no quiere. Que haga lo que quiera. El orgullo de algunos es tan grande que es mejor ocultar su suciedad y vergüenza antes que aceptar las consecuencias de sus equivocaciones. El sólo se puso en su lugar. Al final, tiene lo que se merece. Alguien igual que él de repugnante. Pueden morir juntos a mordiscos y arañazos, gritarse hasta dejarse la voz. Insultar al resto y criticar hasta que se les pudran los ojos y el corazón de la envidia. Al final, me di cuenta de que tenía lo que se merecía. Veneno con veneno.

El libro se cerró y se colocó en la estantería. La estrella rota brillaba en su pecho. Había encogido lo suficiente para llevarla con un bonito cordón alrededor del cuello. Estaba rasgada, con agujeros, y con un trozo de alma distinto. Negro, muy pequeño.

Quizá algún día me deshaga de este pedazo que no es mío. Pero ahora dejémoslo estar. Todo llega.

Se tomó el resto del café y se levantó para acariciar las suaves tapas del príncipe apuñalado.

—Llevaré a su alteza y a su majestad siempre conmigo. 

Los libros ronronearon y tras convertirse en pequeñas motas de polvo de estrellas, se fusionaron con su corazón.

—Una lección más. Uno nunca deja de aprender sobre las personas.

A través del aire, a través de la tierra, a través de la lluvia, en el cielo y en el infierno. Como vagabundos lejanos buscando una palabra de honor.

25.7.21

Cien Mil Espadas

En el umbral adornado de luces brillantes despertó tras mucho tiempo. La canción había parado, solo escuchaba un tintineo de cristal. Débil y en la distancia. 

Con una maraña de pelos que intentaba peinar deslizando los dedos entre las hebras, se levantó con el peso de una carga nueva. Era como si hubiera una bola de metal muy pesado en el medio de su pecho. Se preguntaba si es que su corazón se había endurecido de tal manera que ahora era horrible sentir su presencia.

Determinó que era mejor apartar esas preguntas y tras quitarse las flores que le habían llovido encima, retomó el camino en busca del tintineo. 

Por el camino se encontró con otras víctimas, una tras otra le contaron sus vivencias. Se sentó a su lado un buen rato, tras un tiempo, no le servía de mucho mas que para ahogar las ganas de gritar. Pero ni fuerzas tenía para ello. 

Suspiró vahos que se volvieron nubes espesas.

Encontró una región enorme sin casas ni puertas. Había escaleras, techos y cobertizos, bancos, sofás y chimeneas. Mantas y tazas de chocolate caliente, té, café y leche desperdigados en mesitas en rincones. Calles anchas llenas de estanterías con taburetes. Escaleras y escaleras de caracol de nuevo. El olor a viejo del papel inundaba toda la región, y a veces era fresco y a veces olía a chocolate, té y café. 

Caminando, se encontraba a gente con libros en las manos. Algunos lloraban, otros escribían y copiaban. Otros reían a carcajadas, otros tenían expresiones complejas. En una esquina el tintineo empezó a repicar más intenso. Un libro brillaba tenuemente al lado de un jarrón de flores. Lo cogió y copió lo que hacían aquellos habitantes pasajeros. Se sentó en una esquina y empezó a leer.

Al abrirlo, cayeron pétalos en su regazo. Una fragancia suave. Las páginas estaban algo usadas, pero ninguna tenía desperfectos. 

El pecho volvió a pesarle, colocó la estrella rota a su lado, y giró las páginas.

Cien mil espadas se clavaron en un príncipe amable que no supo escoger entre las dos opciones que tenía. Intentó crear la tercera, la mas amable, la mejor solución para todos. Pero cien mil espadas le clavaron sus propios siervos, cuando intentó salvarles. Inmortal, sufrió dolor y agonía durante días sin fin. Su amor y amabilidad no valieron para nada.

Tras volver en sí y aceptar la verdad, apunto de darse por perdido, una persona le tendió la mano.

Las lágrimas afloraron como ríos. Aún queda gente buena.

Aun queda...

Pero nunca podría olvidar el dolor, aunque aquello le volviera casi inmune a él.

¿Qué más quedaba? 

Un triste gesto era todo lo que necesitaba para seguir viviendo.

La fragancia de las flores, el olor de un chocolate caliente que le ofrecía un desconocido a su lado, y un libro de un príncipe maravilloso y chatarrero que había sido traicionado por egoísmo. 

Su estrella era como aquel príncipe.

"No has hecho nada malo. Sentirse frustrada, dolida y quemada es solo natural. Deja que el polvo se asiente aunque no quieras."

Abrazó al libro, ojalá pudiera decirle al príncipe herido por cien mil espadas lo que pensaba.

17.7.21

Sueños extraños

He tenido un sueño muy raro. Hoy me tiré en la cama tras días sin dormir mucho, no porque no pudiera, pero algunas noches a veces me cuesta más. Le doy vueltas a las cosas. Me visita la ansiedad por la noche y no tengo un café o un té preparado para recibirla. Viene de sopetón, como una hostia.

Mucho caminé en unas calles que no conozco, mucho caminé en una ciudad que me habían explicado hace mucho tiempo cómo era. O me lo habían descrito en un escrito, más bien.

A veces me encontraba en un mirador, y veía gente sin verla. Como siluetas. A veces, me cruzaba con un olor peculiar que se me pegaba a la ropa: el del tabaco. 

Pero yo no fumo, ni fumaba en el sueño. Se volvía como una niebla que venía de alguien en una multitud. Era una ciudad gris. Era gente gris. Era París.

O eso ponía en los carteles del teatro que aún reproducía los posters del afamado Alphonse Mucha.

Me recordaba mucho a alguien.

Era vívido, sentía que si me tropezase me iba a caer de morros y me iba a doler. Como siempre, mi consciencia en los sueños es casi omnipotente. Entiendo lo que ocurre, puedo irme cuando quiera. Puedo despertarme si quiero.

Entendí qué era ese sueño. Y no quería encontrármelo. Aunque ya sabía de donde venía el olor a tabaco.

¿Aún sigues caminando por las calles de París?

Yo las pisé y me tropecé. Desperté y volví a la rutina. Demasiado vacía y gris.

Era la segunda vez que huía de ti en un sueño. Pero desgraciadamente se me quedó el olor a tabaco.